EL DÍA DE LAS NOTAS

Ahora que acabo de regresar del Colegio donde estudia mi hijo para recoger su boletín de notas, me ha parecido una temática ideal para un nuevo capítulo de mi serial “Vintage”, ese que rememora episodios de mi pasado, algunos de ellos más gloriosos que otros, todo hay que decirlo. Había tres momentos cumbre a lo largo del año en la vida de un colegial y, a día de hoy, si no me equivoco, sigue siendo igual. Esos tres momentos eran en Navidad, Semana Santa y en Junio, a las puertas de las ansiadas vacaciones veraniegas, fechas en las que se hacía entrega de los boletines o como los llamábamos nosotros “Las Notas”. Todo eso se me ha venido a la mente de manera nítida mientras esperaba a las puertas del aula de mi hijo y mi imaginación ha volado a las aulas del Colegio Palma de Mallorca, en la localidad de Torremolinos. Les voy a relatar brevemente cómo eran aquellos días en que se entregaban las notas, días de lágrimas y alegrías infantiles.

*Colegio Palma de Mallorca, Torremolinos,  Clase de 4ºD, curso 1982-83 .

En mis años de colegio nunca destaqué por ser un estudiante de los más brillantes, pero sacaba unas notas más que correctas. Destacaba en Lengua, Inglés  y Ciencias Sociales. Las Matemáticas siempre fueron mi calvario, en todas las etapas de mi vida, incluso hoy día en la que hacer cálculos para sobrevivir a las facturas es mi pan de cada día. Pero volvamos a aquellos tiempos. No recuerdo exactamente si mis padres acudían a recoger las notas  para hablar con la tutora, en los primeros años imagino que así sería. Pero desde 5º de EGB en adelante, recuerdo que me las entregaba la tutora en mano y se exigía la firma del padre en el reverso de aquellos boletines de cartón, donde el escudo de España y el del Colegio presidían la evaluación de tu trabajo en aquellos tres meses que duraba cada fase.

Se me vienen a la mente los nervios previos cuando la profesora te llamaba y afrontabas el pasillo que se formaba entre las hileras de mesas y sillas. Con paso dubitativo en algunos casos, en otros cansino y pocas veces decidido, llegabas hasta la mesa donde la profesora de turno (siempre tuve tutoras) presidía el acto y según el semblante de su rostro, ya podías imaginarte el resultado obtenido y las consecuencias que podrían derivarse de aquellos resultados.

Como les digo, mis notas solían ser normales y casi siempre aprobaba todas las asignaturas, algunas de ellas de manera agónica, casi suplicante, en el caso de mis odiadas matemáticas. Solían poner alguna notificación a los padres, bien explicándoles la maravilla o calamidad de hijo que tenían, bien si era necesario fomentar el esfuerzo para llegar a metas mejores en la vida.

Una vez recibías el boletín de notas, llegaba la segunda parte de la película; enseñárselas a tus padres. En esta etapa del episodio, también podíamos dividirla. Por un lado, la reacción de tu madre y luego, la más temida, la del padre. No olviden que las figuras paternas estaban bastante alejadas de la cercanía que proyectan hoy día, por lo que el veredicto paterno era la desembocadura de todo el tránsito. Si las notas eran buenas, llegabas a casa con algarabía e incluso rogabas a tu madre que llamase al trabajo de papá para comentarle los progresos de su vástago. Si las notas eran malas, buscar la complicidad materna se hacía necesario para calmar la posible ira paterna. En mi caso particular, viéndolo con la perspectiva de 30 años en el tiempo y estando yo ahora en esa posición, solo puedo decir que mis padres fueron excepcionales siempre. Cuando las cosas iban más torcidas, mi padre ponía exactamente el mismo gesto y me aseguraba que buscaríamos apoyo en clases particulares para atravesar el bache. Eso ocurría, lógicamente, con las Matemáticas.

Como les digo, siempre pasé los cursos de la extinta EGB con relativa solvencia y recuerdo que los niños pertenecientes a familias más acomodadas, solían comentar que si aprobaban todo, le comprarían regalos tipo ordenador Commodore 64, Amstrad, bicicleta California BMX, zapatillas deportivas Nike o Adidas,  un mes en campamentos megapijos o viajes más atrayentes. Aquí el nota que les escribe, si han leído posts anteriores, adivinarán que no perteneció jamás a esa estirpe agraciada económicamente. Yo solía preguntarle a mi padre, casi de broma, cuál sería mi regalo. Siempre me contestó que ese era mi trabajo y debía sacarlo adelante, era mi obligación. Siempre le agradeceré que me pusiese los pies en el suelo.

Era curioso ver las caras de todos los niños de regreso a casa, algunos tristes, otros temerosos, otros simplemente indiferentes. Quien acudiese al colegio en aquellos años 70 y 80, creo que estarán de acuerdo en muchas de las cosas que aquí he dicho.

En cualquier caso, buenos recuerdos del colegio, no puedo decir otra cosa queridos lectores.

José Antonio Moreno

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2 comentarios en “EL DÍA DE LAS NOTAS”

  1. locogin Says:

    Estupendo resumen que me ha hecho rememorar mis propias vicisitudes, jajajaja, que malos ratos llegué a pasar para entregar las notas en casa, y cuanta inventiva, desde «olvidarlas» en la mochila, como llegar a intentar falsificar la firma de mi padre y acabar destruyendo el boletín y pidiendo otro por extravío.
    Particularmente recuerdo en momento del pasillo cuando te llamaban para recoger las notas, en mi caso era unos momentos de resignación, pues sabía a lo que iba a enfrentar, no por que fuera mal estudiante, (siempre sacaba lo justo para aprobar), sino porque mis aptitudes para el estudio eran fenomenales pero me llamaba mas jugar y divertirme, y solo cuando era necesario «apretar» me ponía las pilas y daba lo máximo, recibiendo ante tal manifestación, broncas, por parte de mis profesores y mis padres alternativamente.
    Bonitos recuerdos si señor, y…. ¿Que tiempos aquellos verdad?

    • Lord Buworld Says:

      Jajajja,cierto lo de falsificar la firma del padre. Yo creo que no lo intenté jamás pero compañeros de clase sí que lo hicieron. Pero claro, alguien con «7 cates» lo normal es que llamaran a los padres.


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