Arizados 10; 7:00 PM
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7:00 PM
Su día amaneció a las siete de la tarde.
Se giró esperando encontrar a su compañera de los últimos meses pero
de ella solo encontró el tapón.
Su primer pensamiento fue que había tirado el dinero comprando
aquella enorme cama de matrimonio.
La cabeza le estallaba. Era como si el mismísimo Buddy Rich estuviera
tocando ahí dentro.
Pasó un buen rato hasta que encontró el despertador y pudo apagarlo.
Su habitación parecía el departamento de objetos perdidos de unos
grandes almacenes.
Se duchó con agua fría y se vistió con las mismas ganas de quien lo
hace para ponerse frente a un pelotón de fusilamiento.
Era sábado y el New Orleans celebraba su vigésimo aniversario de vida
así que fue fácil encontrar una excusa para ir a tomar una copa.
La entrada estaba custodiada por Billy, un tipo cuyo rostro hacía juego
con la palabra recompensa y que se lavaba los dientes con un puño
americano.
Su padre lo llamó Billy en honor a Bill Evans. El pequeño Billy se comió
los ahorros familiares recibiendo clases de piano.
El chico prometía pero le atraían las malas compañías como la mierda
atrae a las moscas.
Sus padres sufrieron un ictus de forma simultánea cuando se
enteraron que su vástago terminó usando las manos para hacer cantar
a la gente.
En las grandes ocasiones siempre usaba corbata pero en lugar de
adornar su enorme cuello le servía para ampliar la sección de esquelas
de los periódicos.
Una vez en la barra solo tuvo que hacer una mueca para que el barman
le sirviera lo de siempre.
A la vez que su copa llegó una mujer que rondaba los 40 pero de
aspecto tan lamentable que su médico de cabecera debía ser un
forense.
Se llamaba Emily y le contó que su marido se pasaba los días libando en
la barra del bar y las noches desovando entre sus piernas.
Que se sentía tan triste y sola que solía colarse en los entierros para
llorar y ser consolada.
La pobre chica, muchacho, llevaba escrita la palabra fracaso hasta en
su sombra.
Estuvieron hablando hasta bien entrada la madrugada y antes de que
ella se lo pidiera decidió invitarla a su apartamento. Seguramente más
por compasión que por necesidad.
Al sacar las llaves para abrir se acordó de la última chica que manchó
su cama. Tenía la misma conversación que un teletubi y tanto plástico
que en caso de defunción en lugar de en la morgue terminaría en el
contenedor amarillo.
Emily hablaba sin parar. Parecía una metralleta escupiendo plomo.
Le contó que años atrás fue el número principal de un bar frecuentado
por tipos cuyo concepto del amor era un dedo mojado.
Que siempre quiso ser madre pero que en lugar de niños tenía una
larga colección de cicatrices y dientes postizos.
El alcohol diluyó cualquier opción de conocer su parte más profunda y
terminaron dormidos en el sofá con más ropa de la que traían.
Aquella noche ella soñó que despertaba con dos tostadas y café.
Cuando se levantó fue al baño y al pasar por la cocina vio que no había
tostadora. Tampoco cafetera.
Julio Ariza
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enero 18, 2021 a 6:05 pm
Buenísimo, tras cuatro años sin aparecer por el Blog, regreso triunfal de los textos Arizados de Julio Ariza. Muy bueno. Sabes que podría tener mayor recorrido si te lo propones, al menos como novela o relato corto.
enero 18, 2021 a 6:25 pm
Gracias amigo.
En momentos tan difíciles tu comentario es un soplo de aire fresco.
Un abrazo.
enero 18, 2021 a 6:53 pm
Muy bueno.
Tuve el honor de leerlo hace unos días.
Genio y figura
enero 19, 2021 a 8:28 pm
Gracias hermano.
Me alegra que te haya gustado.
Un abrazo.
enero 29, 2022 a 6:41 am
quiero más
enero 29, 2022 a 6:43 am
tú eres sobrino de Alvite, verdad?
octubre 12, 2022 a 8:09 pm
Ostras, acabo de ver este comentario.
No sé quién eres pero no sabes cuánto me enorgullecen tus palabras.
Gracias.